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El baúl de Mawey

VIDA

VIDA
VIDA

Cuando icé cada una de mis velas,
me emborraché de toda fuente, marea y viento
que me perdiera y empujara,
pues el destino no importaba,
y el horizonte era entonces invisible.
Mi vida estaba colmada
de infinita energía embotellada,
siempre mi copa medio llena.
Parecía imposible que el miedo me cercara,
todo estaba al alcance de mi mano,
mis oidos cerrados al silencio,
yo era el mar más allá de mis deseos,
mi lengua era cuchilla y lanzadera,
mis ojos eran dardo y tal vez piedra,
convencido de que mi cuerpo
era un inexpugnable castillo.
Así fueron muriendo mis noches y mis días,
malgastando mi fortuna sin miramientos.
Sin darme cuenta me fue cercando el tiempo,
y con él llegó una fecha señalada,
y con ella, disfrazada, la muerte.
No, no fue una muerte anunciada,
sino traicionera.
Cuando se retiró la careta,
todo fue impotencia y rabia,
silencio y desesperanza.
Cuando su voz me nombró,
un grave y seco quejido dobló el aire,
desarmó mi cuerpo,
y la tierra se confundió con el cielo.
Desperté pasado el tiempo,
y mis ojos recordaron los colores,
mi corazón latía firme y despacio,
mi lengua había perdido la memoria,
mientras mis oidos se abrían
a nuevos sonidos,
indescriptibles susurros y timbres,
al todo y la nada.
Vivía entre sueños,
mientras soñaba que moría
para vivir después un nuevo día.
Una mañana cualquiera
descubrí que la vida importaba,
que era breve e infinitamente bella,
cuando el reflejo del cristal de la ventana,
me mostró por fin el horizonte.
¿Merece la pena vivir?
No se por qué, pero siempre respondo que sí.

M.A.W. 18-9-04®

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